Reacciona menos y reflexiona más y así te convertirás en una persona más proactiva

Proactivo o reactivo son conceptos relativamente nuevos que en los últimos años escuchamos a menudo en el campo de la Psicología y del desarrollo personal y profesional.

Viktor Frankl, neurólogo y psiquiatra austríaco y superviviente de los campos de concentración nazis, fue de las primeras personas que habló de la reactividad y la proactividad al referirse al comportamiento humano.

Una persona proactiva es la que toma la iniciativa frente a las dificultades, se responsabiliza de las situaciones y propone soluciones. No espera a que la presionen para ponerse en modo resolutivo.

Una persona reactiva es la que actúa cuando suceden las cosas y no es capaz de anticiparse a los acontecimientos. Además, sólo se mueve si la presionan. Una persona reactiva no suele prever las consecuencias de sus actos, responde de manera impulsiva ante los problemas, no se auto cuestiona y busca culpar al entorno o a los demás.

La proactiva, en cambio, suele ser precavida, piensa antes de actuar, avanza una vez ha planificado sus objetivos, reconoce cuando se equivoca, y reflexiona antes de tomar decisiones, transformado los problemas en retos y oportunidades.

Generalmente una persona reactiva se enfrenta a los problemas perdiendo el control, mientras que la proactiva, tras haber meditado bien acerca de las circunstancias, los afronta, utilizando todos sus recursos disponibles y, si no, los busca fuera y pide ayuda.

Una de las mayores ventajas de ser una persona proactiva es que al haber desarrollado la habilidad de pensar antes de actuar ante situaciones adversas, con el tiempo se vuelve más resolutiva ante los imprevistos y sus niveles de estrés y ansiedad son más bajos cuando se enfrenta a problemas y crisis.

Para entender ambos conceptos incluiremos uno nuevo: la capacidad de reflexión.

En términos generales, la persona proactiva suele ser también reflexiva, aunque con la práctica, el proceso de reflexión suele ir volviéndose más ágil y rápido.

La persona reflexiva suele reflexionar antes de hacer o decir algo prestando especial atención a lo que piensa y siente. Tiende a analizar todo lo que le sucede y todo lo que ocurre a su alrededor. Observa el comportamiento de los demás, conoce perfectamente su entorno y la forma de actuar de las personas que le rodea. Sabe escuchar con calma y no interviene hasta que conoce la situación y sabe con claridad lo que desea decir o hacer.

Las personas reflexivas tienen control de sus emociones, no actúan con precipitación ni con ligereza sino que meditan todas las decisiones que van a tomar, analizan las diferentes alternativas, sus ventajas e inconvenientes, y sobre ello deciden.

Con la reflexión se obtiene un mayor conocimiento de nosotros, de nuestra personalidad, de nuestra manera de ser, los rasgos principales de nuestro carácter, gustos y preferencias, tenemos más claro nuestros proyectos personales, propósitos, objetivos y metas.

Las personas reflexivas saben resolver situaciones complicadas, debido a su facilidad para analizar las situaciones y a la gran capacidad de síntesis que poseen, resumiendo y concretado el estado de cada situación por complicada que sea. Distinguen claramente sus sentimientos, son más seguras e independientes y suelen salir de situaciones difíciles o estados de ánimo negativos con más facilidad.

La impulsividad en la que funcionan las personas reactivas permite actuar con velocidad pero con una alta probabilidad de error, mientras que la reflexión minimiza errores a pesar de implicar una inversión previa de tiempo para el análisis y la toma de decisiones más efectiva.

Además, ser una persona reflexiva te ayuda a conocerte a ti mismo, a los demás y así, aprender a gestionar tus emociones y entender las de los que te rodean.

Vivir en modo reflexivo-proactivo en lugar de reactivo es mucho más saludable, ya que te coloca en una posición de control, mientras que el reactivo te mantiene en un estrés nocivo constante y evitable.

A continuación, detallamos algunas características de las personas que tienen por hábito reflexionar:

  • Saben lo que quieren en la vida
  • Tienen gran capacidad de análisis
  • Tienen objetivos y metas claros
  • Han desarrollado una gran capacidad de planificación
  • Acostumbran a evaluar pros y contras
  • Tienen control sobre sus emociones
  • Transmiten tranquilidad y serenidad
  • Aprenden de sus errores
  • Practican la escucha activa
  • Están dotados de gran capacidad de observación
  • Son pacientes

¿Te has sentido identificado con alguna de ellas?

Si, por el contrario, has descubierto que eres una persona reactiva y te gustaría ser más reflexiva, te recomendamos ponerte manos a la obra, ya que todos podemos cambiar o mejorar nuestros hábitos. Es sólo cuestión de actitud y de ponerse en acción. Aquí compartimos algunas sanas costumbres que ya practicamos en nuestro día a día, como por ejemplo:

  • Habituarnos a pensar antes de hablar y de actuar. Nuestras palabras o actos deben ser el fruto de una reflexión previa y no de la impulsividad. Tenemos que saber que cuando actuamos con impulsividad y sin haber reflexionado antes, nuestros actos o palabras podrán perjudicarnos.
  • Encontrar tiempo para pensar en nosotros y tener el firme propósito de lograr a diario un momento de tranquilidad y de soledad, para poder pensar sobre nuestras ideas, emociones o acontecimientos y parar el ritmo frenético que la sociedad ha impuesto en nuestras vidas y detenernos a pensar sobre nuestra propia vida y sobre nosotros, con el fin de aclarar ideas y pensamientos.
  • Buscar una lectura que nos invite a la reflexión, o pensar sobre un comentario, un argumento o una idea. No debemos permitir que sucedan las cosas sin detenernos en ellas.

Las empresas que invierten en desarrollar este tipo de habilidades entre sus empleados gozarán de un mejor clima laboral, menor nivel de estrés y mayor productividad.

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Artículo co-escrito por Alejandra Sánchez Yagüe y Emma Valera.