Cuando nos adentramos en el mundo de la meditación, desde el principio sentimos diferentes sensaciones, pensamientos, emociones y obstáculos mentales en nuestro camino del entrenamiento mental.

Me refiero a entrenamiento porque no podemos olvidar que, con la práctica, vamos evolucionando día a día, con esfuerzo, disciplina y la intención de ir adentrándonos en el autoconocimiento y observación de los contenidos de nuestra mente. Trabajar en este entrenamiento diario que es la meditación nos aporta cambios a nuestras vidas pues cada vez vamos conociendo mejor nuestros patrones de reactividad, aprendiendo a calmar nuestra mente y a cultivar ante la vida una actitud serena y tranquila, lo que nos aporta infinidad de beneficios vitales.

También debemos ser conscientes de que meditar no es un paseo por el parque y de que iremos atravesando a lo largo de este entrenamiento obstáculos que nos irán surgiendo.

Ahora veremos cómo podemos ir focalizándonos en el surgir y cesar en nuestra mente de estos obstáculos, los cuales, según el Dharma o la Filosofía buddhista son cinco:

Ansia por el placer de los sentidos: los deseos mundanos

Cuando sentimos una necesidad, nuestro cuerpo nos lo expresa con los sentidos y así se expresa en nuestro pensamiento. ¿Cómo?. Pues, por ejemplo, tengo hambre, siento calor o frío, creo que he comido demasiado, tengo sed… en definitiva, cualquier sensación que tenga que ver con lo mundano.

Como puedes observar, se refiere al deseo de gratificación sensorial. Y sí, incluso el “quiero meditar bien” es un deseo mundano.

¿Y qué es lo que esto nos indica?. Pues el seguir nuestros deseos sensoriales es señal de que estamos en constante agitación.

Buddha, en los sutras en los cuales se habla de estos obstáculos de la meditación, los compara con tener deudas, pues nuestros sentidos nos piden constantemente “comida”. Son como nuestros acreedores que nos vienen a pedir dinero.

Una vez detectado el primer obstáculo, es importante saber que este obstáculo se supera gracias al antídoto de soltar. ¿Y qué entendemos por ello?. Pues el dejarnos ir, vivir y fluir el momento y dejar pasar los pensamientos y verlos en perspectiva, entendiendo que nuestra mente nos envía estímulos en forma de deseos de necesidad todo el rato y que, si los soltamos, no tenemos que meternos en la lucha constante.

Aversión

La aversión u odio es una de nuestras tres raíces malsanas, según el Dharma o la Filosofía Buddhista. Las 3 raíces malsanas son: el odio o aversión, la codicia y la ilusión. También tenemos 3 raíces sanas: el amor, la generosidad y la sabiduría.

De este modo, depende solo de nosotros elegir qué raíces vamos a fortalecer en nuestra intención al ponernos a meditar. Pues bien, la aversión surge cuando no “conseguimos” meditar “bien” y, si queremos superar esto, podemos decirnos a nosotros mismos durante este rato en el cual nos surge el deseo de meditar bien “voy a abandonar todas mis aversiones”.

Como antídoto para superar este obstáculo podemos entrenar la compasión.

La compasión nos hará capaces de generar un estado de aceptación, bondad y amor hacia nosotros mismos o hacia otras personas.

También podemos probar de integrar pensamientos positivos:

Pensar, sintiendo nuestros sentimientos hacia la persona que más amamos y, una vez hecho esto, los trasladamos hacia nosotros u otros.
Pensar en todos los actos bondadosos que hemos hecho en nuestra vida. Se trata de empezar a amar a la persona que actuó con un buen corazón, empezando por uno mismo.

Pereza y somnolencia

La falta de motivación y esfuerzo es lo que hace que vayamos perdiendo la atención en la meditación. Cuando la mente se adormece es como si el suelo sobre el que reposa estuviese encerado y se deslizara de un lado a otro. El antídoto para la somnolencia es percibir luz: abrir los ojos y mirar directamente a la luz del sol, por ejemplo, o de una vela. Y al sentirnos más despiertos, entonces cerramos los ojos de nuevo y traemos esa luz a nuestro interior, manteniendo su brillo dentro de nosotros.

 

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